viernes, 6 de septiembre de 2019

SEGUNDA PARTE
Alzó los brazos al cielo y pidió clemencia. Las extremidades se le prendían fuego y un calor extremo laceraba sus manos, ya no podía sostenerse en pie. Se dejó caer de cara a la tierra, tragando el polvillo que le traía el viento. Miró hacia la cruz y el cuerpo ya no estaba, una luz fulgente se lo había llevado. En ese instante, sintió una paz profunda y duradera amacando su espíritu, ya no pensaba en su vida de soldado. No le pesaba la carga de la muerte a sus espaldas, no lo torturaba la conciencia de los cadáveres que había dejado a su paso, la agonía de los cuerpos inocentes y la tristeza en los rostros ajenos. Se sentía libre, sumido en una liviandad que nunca hubiera imaginado. Se postró de rodillas frente a la cruz vacía y rogó por la continuidad de su vida.
Un rayo repentino alcanzó su mano derecha, el dolor del impacto fue desgarrador. Levantó como pudo su cuerpo lívido del suelo y vió un objeto de madera que brillaba a su lado. Tomó la pequeña réplica de la cruz e imprimió en sus ojos la palabra HODIE.

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