jueves, 5 de septiembre de 2019

PRIMERA PARTE
Lo colocaron sobre la madera, estaba flaco y desgarbado, un cuerpo desgastado por el tiempo y los azotes. Miró al cielo pidiendo por su padre pero no había respuesta alguna, el instante final se aproximaba. La lanza atravesó su cuerpo sin piedad y la sangre generó una cascada automática. El soldado se sorprendió de la paz latente en el rostro y no atisbo a decir palabra. Un segundo de largo silencio inundó el valle. Los demás contemplaban la extraña escena desde sus caballos. La sangre continuaba fluyendo como un río sin control hasta que se detuvo abruptamente como por arte de magia y la herida se cerró sola, quedó apenas marcada una cicatriz lejana. El soldado desfiguró su rostro ante la sorpresa y el cielo se tiñó de negro. Las nubes se volvieron más opacas, los pájaros se alborotaron y el cielo comenzó a tronar. Los caballos asustados emprendieron el galope arrojando a sus jinetes al suelo. No iba a haber piedad para nadie, la ignorancia los llevaría a la condenación. La ignorancia nos llevaría a la condenación. La ignorancia sería la condenación eterna. La eterna condenación es la ignorancia, la madre de todos los males. ¿Porque yo? se preguntaba el soldado romano que era bruto e ignorante. Sus compañeros se reían a carcajadas de su estúpida condenación, de la suprema ignorancia de sus actos. Alzó los ojos al cielo y suplicó clemencia, era un pequeño hombre viviendo una vida sutil y desdichada. Pasaba las horas en reuniones de entrenamiento militar, en conjunciones absurdas de sentido, en esfuerzos que finalmente no llevarían a nada, había nacido para esperar la muerte en una batalla mano a mano. ¿Y ahora? ¡Que absurdo se había vuelto todo! Morir con la boca abierta como un imbécil contemplando lo inevitable, era de poco hombre morir así...Sus compañeros dejaron de reirse de él, pobre su suerte pensaban y se alejaron caminando del lugar sin mayores dificultades ni contemplación alguna. Un soldado romano cometiendo una injusticia en el momento exacto ¡vaya paradoja del destino! Que pensarían sus hijos y su mujer de semejante desatino.

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