jueves, 12 de septiembre de 2019

El enviado.
Un día entró en la casa, costaba aceptarlo, hasta que de a poco fue haciéndose un lugar entre los habitantes. Por momentos, se miraban unos a otros sin entender sus raras conjeturas y las cosas que planteaba para el futuro. Capaz que no estaban a su altura, pero no era una cuestión de superioridad o inferioridad, sino más bien de trascendencia o estadíos. Por más que lo intentaran ellos no lograban comprender, la ignorancia los estaba fusilando. Sus pobres mentes se veían limitadas al acceso de lo invisible. Solo quedaba la esperanza del cambio y la sabiduría del sentido común. Por las tardes, al caer el sol, salía a meditar a la playa y recorría la costa aprovechando la brisa del mar para conmover sus pensamientos y transmutar la esencia. Lo negativo quedaba en el olvido en cuestión de segundos, había logrado poner la pantalla en blanco en varias ocasiones seguidas y esto ya no representaba un esfuerzo. De repente, se le cruzó cuando de joven llegó al nirvana, fue un instante sublime. En la penumbra de su cuarto, atravesado por un mantra, logró su cometido. El tic tac del reloj se detuvo a las 15hs y la atmósfera también. Ni un susurro flotaba en el aire, el ruido de la calle se habia detenido y los transeúntes parecían figuras de cera derritiéndose al sol. Su maestro le había advertido: "llegarás al estado deseado cuando tu big bang interno vuelva hacia atras y te repliegues sobre ti mismo como lo hace un caracol". "Te encontrarás a la espera de nada, inmerso en el vacío mismo, sujeto a unas cuerdas elásticas". Cuando ya no supo que pensar entró en la iluminación. Estaba saturado de todo...de los libros, de los profetas de cartón, de la autoayuda, de los analistas, hasta de su propio diálogo interno. Había llegado al limite del conocimiento, de recabar datos de las cosas que nos rodean, pero eran eso, simplemente datos. Alguien le había dicho una vez: "este tipo de saber te aleja de la verdad", y era cierta su comprobación con los años y la experiencia.
El sol se desplazaba por los techos, mientras tanto, él compartía un mate amargo con el resto de los habitantes. Él solo podía ofrecer mates amargos. Quien entraba en discusión sabía que tarde o temprano se vendría un cuestionamiento a lo establecido y la posterior reflexión para despejar la mente. La insolencia era su proceder social, lo único que lo liberaba del hastío. Así pasaron los días hasta que logró instalarse. En cuestion de semanas, se habían sanado todos.

No hay comentarios:

El caminante solar

Resolver las cuestiones pendientes , los gritos ahogados en el aire, la mazmorra de la humanidad que nos apresa, somos entes espaciales mira...